domingo, 14 de febrero de 2010

EL DIFICIL ARTE DE CUMPLIR AÑOS...


-¿Cuántos años está cumpliendo?- le preguntó alguien al padre Edwin Avendaño, la semana pasada, al darse cuenta de que al levita le estaban partiendo torta cumpleañera y cantándole el “que los cumplas feliz”, porque así como para cada arepa hay su tiesto, para cada cumpleañero hay su torta.
  
El padre, que es amigo de las metáforas, los símiles y los retruécanos, como buen escritor que es, le respondió de inmediato, con la bonhomía que le es característica:

-Hija, estoy cumpliendo los años de Cristo.
 

Fue una respuesta impregnada de apostolado, de enseñanza bíblica, de filosofía, que seguramente la muchacha no entendió, pero que, además, le plantea a uno diversos interrogantes: ¿Cuáles son los años de Cristo? ¿Y de Cristo en qué momento? ¿Cuando Lo crucificaron? ¿Cuando multiplicó los panes? ¿Cuando convirtió el agua en vino?
  
En este punto y hora, permítaseme una digresión. A  mi juicio, eso de convertir una ollada de agua en vino  fue el mejor  milagro de Jesús. A veces – me consta- se le acaba a uno la botella de vino “Casillero del Diablo” (es ésta la verdadera marca del vino que mi médico amigo me regala, y no vino “Frontera”, como dije equivocadamente en una columna anterior, y que me valió un regaño), se le acaba a uno la botella de Casillero y toca seguir con cualquier aguamielita o cualquier guarapo que se consiga a la mano. Jesús, en cambio, viendo que se había acabado el guarapo que estaban dando en las bodas de Caná, lo cambió por vino de mejor sabor y mejor calidad, como el Casillero que me regala (o regalaba) el amigo.
  
Vuelvo al cuento del padre Edwin. La amiga, ante la respuesta del padre (“Tengo los años de Cristo”), le replicó con otra pregunta, inocente, ingenua, plena de dudas:

-¿Dos mil años, padre?
  

Es por eso por lo que digo en el título que cumplir años es un arte difícil. Yo, desde noviembre pasado, no he vuelto a cumplir años, pero cada vez que los cumplo me asaltan las preguntas y/o las exclamaciones  de los amigos, y en especial de las amigas: ¿Cuántos cumple? Uy, pero no se le notan. ¡Ajá, te estás volviendo viejo! ¿Pero por qué se le está cayendo el pelo tan temprano? Seguro se manda a pintar el cabello, ¿cierto? Papasote, los años no lo tocan...
  
Y uno debe sacarles el quite a los comentarios, de la mejor manera, sonriente, o utilizando retruécanos y símiles como hace el padre Edwin, a quien yo también abracé y felicité mientras me preguntaba: “¿Cuántos serán los años de Cristo?”
  
Lo mejor es no preguntar cuántos años está cumpliendo el cumpleañero. Por eso hoy no le preguntaré cuántos está cumpliendo la doctora y buena amiga Cristina Ballén, quien hoy está con una primavera más sobre su vida.
  
Cristina –y que me perdone la confiancita- nació en Pamplona, un día de cielo despejado y aire tibio, lo cual dejó en ella una huella imperecedera. Por eso es buena como una madre, tierna como una cereza, dulce como un cortado de leche de cabra, y con una generosidad sin talanqueras. Cristina Ballén se da por entero, como se dio a su colegio, como se da a la Academia de Historia, como se da a las gentes a quienes ayuda.
  
Hoy es día de fiesta en el corazón de la doctora Cristina. Con torta o sin torta, con o sin canciones, con vino o sin vino, ella se merece la mayor felicidad del mundo. Hace poco me dijo: En mi caso, las fiestas de cumpleaños ya no sé si son de alegría por los años vividos, o de tristeza por los pocos que me quedan de vida. Entonces hube de decirle:

-Tranquila, doctora, que usted todavía dará guerra muchos años más.- Y su risa me llegó al alma.



Autor: Gustavo Gómez Angarita  / Fuente: La Opinión-Cúcuta...

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